Descripción
Jesús, antes de su muerte, promete el envío del Espíritu Santo a sus discípulos (Jn 14, 16.26; 16, 7) y después de su resurrección se lo da (Jn 20, 23). ¿Qué significa esto? ¿Cuál fue la función de ese Espíritu prometido y enviado por Jesucristo a sus primeros discípulos y cómo percibir hoy dentro de nosotros su presencia y la dirección en que quiere orientar nuestras vidas? A este fin de siglo le está caracterizando una búsqueda de espiritualidad cuya importancia está llamada a crecer. Ahora bien, como el deseo de satisfacer determinadas necesidades espirituales no siempre procede del Espíritu de Jesús, sino de otros muchos espíritus, es importante saber qué características distinguen a uno y a otros, discernir por cuál de ellos estamos siendo llevados. ¿Tiene el Espíritu Santo una originalidad tal en sus mensajes y en su acción que le hagan inconfundible con otros espíritus menos santos que él?
Digamos, en un primer acercamiento, que el Espíritu Santo no actúa por su cuenta ni tiene mensajes propios independientemente de lo que recibe del Padre y del Hijo. Su inspiración es actual, pero no porque diga algo nuevo, sino porque descubre el poder de Dios y de Jesucristo, su virtualidad, para el tiempo presente. Su función es hacer a Dios existente en nosotros: un Dios que, sin él, permanecería como Dios lejano, cerrado en sí. Y hacer a Jesús contemporáneo nuestro: un Jesús que, sin él, no sería más que puro recuerdo, sin presencia activa en nosotros ni en el mundo.
Hasta tal punto es esto central y cierto que ahí tenemos ya un primer criterio de discernimiento. Si lo que oímos dentro de nosotros, si el "aire" que tenemos sugiere palabras y actitudes que dicen relación únicamente al Padre, aquel de quien proceden no es el Espíritu Santo. Si son palabras y actitudes, imaginaciones, que hacen relación únicamente al Hijo, tampoco. El Espíritu Santo procede, indivisamente, del Padre y del Hijo y, por consiguiente, lo que genera dentro de nosotros -una criatura nueva, un nuevo modo de ser y de estar en el mundo- tiene inseparablemente esa doble marca. Palabras que pertenecen al Padre son aquellas que nos hablan de amor gratuito, de confianza en la vida, de futuro absoluto, de transcendencia... Palabras que pertenecen al Hijo son aquellas que recalcan la necesidad de encarnación, de compromiso, de cruz y resurrección...Dios no existe para nosotros más que como Padre y como Hijo. Y como Espíritu Santo, que es el dador personal de ambos a la vez.