Descripción
Hemos sido convocados por el Servicio Jesuita a Refugiados a reflexionar sobre nuestro apostolado con este sector desarraigado del suelo centroamericano. Como Ignacio, hemos querido contemplar los rostros de nuestra humanidad, sobre todo desde 1980 hasta hoy: unos murieron y ahogándose, baleados en el río fronterizo, y otros huyendo y viviendo con el corazón aterrorizado; unos indígenas y morenos, con los rasgos sufrientes y enigmáticos de los mayas y misquitos y otros, campesinos de ojos azules, cargando a cuestas niños y costales; unos con la imagen en su memoria de casas en llamas, otros añorando los ríos tranquilos de su tierra; unos sin techo bajo la lluvia y otros construyéndolo; unos luchando todavía bajo los árboles y otros viajando entre rascacielos. Todos desarraigados, todos desplazados, todos desnudos del alma, inseguros del futuro, dependiendo de otros, perseguidos, buscados, distintos de los demás. De su silencio, "un clamor desgarrador (...) se eleva" hasta el corazón del Padre.
Los refugiados se escapan al control de los conteos y de los censos. Pero las estimaciones nos dejan apabullados ante la magnitud del problema. Los obispos de Guatemala hablaron en 1982 de un millón de desplazados internos. Los cálculos sobre refugiados y desplazados salvadoreños, dentro y fuera del país, cuentan entre un cuarto y un quinto de la población del país: un millón y cuarto. La guerra en Nicaragua también ha generado unos ciento cincuenta mil refugiados y desplazados.
Detrás de los rostros concretos y detrás de los números, leemos la causa común de tanto sufrimiento. Como dijeron los obispos centroamericanos en Honduras: "La raíz fundamental de este problema humano es la injusticia social que golpea a todos nuestros países y ha desencadenado la violencia, el terror, la inseguridad y la persecución."
Las necesidades de la población desplazada y refugiada son enormes y múltiples. "Su tragedia es conocida: dificultades materiales, necesidad de encontrar techo, salud y pan, necesidades sociales de educación, trabajo y normalización del ritmo de vida, problemas de huérfanos, familias separadas, desconocimiento de la suerte de sus familiares, necesidades pastorales de atención religiosa, de catequesis, celebraciones litúrgicas y sacramentales. Y junto a estas necesidades, la necesidad más fundamental de que se mantenga su esperanza cuando su situación de refugiados se cuenta ya no por semanas o meses, sino por años; y el problema más fundamental de defender y asegurar su vida."
El llamado de estas necesidades cruza fronteras. Así como la raíz de este problema es la injusticia, en último término la internacional, así la voz del refugiado llega hasta otros continentes: "Se hace oír... hacia los hombres, pueblos y naciones que se sienten libres y poderosos, seguros de un hogar y una fortuna, para que se conviertan." Los resultados de este llamado se hicieron particularmente visibles en nuestra reunión, ya que hay muchos jesuitas de otras provincias y colaboradores nuestros que trabajan con refugiados o desplazados centroamericanos, tanto en el área como fuera de la misma.