Descripción
Veinte años después del Vaticano II y dieciséis después de Medellín muchos se preguntan en el mundo y en América Latina hacia dónde va la Iglesia. Se lo preguntan cómo cristianos que viven su fe dentro de la Iglesia y se lo preguntan como ciudadanos de este mundo en el cual la Iglesia sigue siendo importante para configurar los destinos de los pueblos.
Nadie afirma hoy que la Iglesia universal está pasando por los tiempos de esplendor del Vaticano II. Vista la Iglesia en su conjunto, está pasando por "una época invernal", como dijo el gran teólogo Karl Rahner poco antes de morir; por una involución, como han comentado muchos, incluidos algunos obispos.
Si este hecho es en sí mismo claro, no lo es su valoración. Para unos, la involución es buena o al menos necesaria, pues lo que desencadenó el concilio habría tenido perniciosas consecuencias para la Iglesia. Así, muy recientemente, el Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ha descrito con tintas muy negras el balance de los veinte años postconciliares y ha exigido una "restauración" eclesial, aunque después matizase sus declaraciones. Otros ven la involución eclesial como sumamente perjudicial, pues significaría en la práctica desoír la voluntad de Dios que claramente se expresó en el concilio; la ven como innecesaria porque éste no sólo no se ha hecho ya irrelevante, sino que sigue teniendo la capacidad de orientar a la Iglesia de hoy y su espíritu no ha sido todavía plenamente asumido; la ven por último como engañosa, pues aunque los partidarios de la involución expresan con claridad lo que no quieren, no ofrecen una alternativa positiva al concilio.
Hablando ya desde y para América Latina, la situación eclesial es más compleja. Es también cierto que en su conjunto la Iglesia latinoamericana no está pasando por el momento de lucidez y compromiso que representó Medellín, concreción latinoamericana del concilio. Unos pretenden ignorarlo, atacarlo burdamente o someterlo sutilmente a la muerte lenta de las mil cualificaciones, tarea ya pretendida antes de y en Puebla, aunque sólo con éxito parcial. Pero otros siguen fieles a Medellín, porque lo siguen viendo como el momento privilegiado en donde se manifestó la voluntad de Dios para el continente y su Iglesia y porque la puesta en práctica de su espíritu ha hecho cambiar y crecer a la Iglesia en la dirección querida por Jesús, como una Iglesia de los pobres.
Para comprender y valorar hacia dónde va hoy la Iglesia, y para ayudar a que vaya allá donde debe ir, a los pobres de este mundo con el evangelio de Jesús, es necesario recordar brevemente lo fundamental del Vaticano II y de Medellín. Así se tendrán criterios objetivos de evaluación y se seguirá ofreciendo una dirección, un norte, a quienes en medio de la involución desean mantenerse fieles a la voluntad de Dios para su Iglesia.