Descrição
Desde hace siglos la Iglesia enseña que en la evangelización se debe respetar el contexto social y cultural de los pueblos. Ya en 1659 (después de casi un siglo del caso de Mateo Ricci), la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe daba a los Vicarios apostólicos de China y de Indochina esta instrucción:
"No hagan ningún intento de persuadir a aquellos pueblos a cambiar sus costumbres, su modo de vivir, sus hábitos, a no ser que sean abiertamente contrarios a la religión y a la moralidad. No existe nada más absurdo que pretender llevar Francia, España, Italia o cualquier otra parte de Europa a China. No es eso sino la Fe lo que deben llevar, Fe que no rechaza ni ofende el modo de vivir y las costumbres de ningún pueblo, cuando no se trata de otras cosas; por el contrario, quiere que tales cosas sean conservadas y protegidas".
Leyendo estas ideas trescientos años más tarde -después del Vaticano II y en el clima de reflexión teológica del pos Concilio surge espontáneamente la pregunta: las cosas que eran tenidas como más importantes por nuestros hermanos del seiscientos en el modo de vivir y en los hábitos del pueblo, ¿eran realmente las más importantes? Y lo que ellos predicaban como exigencia de la Fe ¿era verdaderamente exigencia de la Fe o condicionamientos culturales de su país de origen?
Hoy más que nunca la Iglesia toma conciencia del papel de la cultura en la vida religiosa del hombre -sea de quien evangeliza, sea de quien es evangelizado- y de la necesidad de evangelizar las culturas mismas. Y esto no en forma decorativa, sino profundizando hasta las raíces, si queremos evitar equívocos y dramas.
El Sínodo de los Obispos de 1974 logró una toma de conciencia en este punto, propuesto e interpretado luego por Pablo VI en la "Evangelii Nuntiandi" y aunque parezca que la "Catechesi Tradendae" da marcha atrás en relación con la lúcida postura de la E.N., se puede decir que el fenómeno de la inculturación ha entrado ya de forma irreversible en la historia de la Iglesia.