En el seguimiento de Jesús, la situación de opresión de nuestros pueblos ha interpelado a la Iglesia Latinoamericana induciéndola a retomar la evangélica opción preferencial por el pobre.
El Espíritu Santo ha hecho ver a nuestra Iglesia que seguir a Jesucristo significa asumir las mismas opciones que identifican la misión de quien siendo rico se hizo pobre para hacer posible que todos tengan vida y la tengan en abundancia.
En los rostros de las mayorías latinoamericanas privadas de vida digna vemos al Señor que nos llama a la conversión.
Nuestra vocación de religiosos, don del Espíritu a su Iglesia, nos hace escuchar esta llamada eclesial. Respondiendo a ella, algunos religiosos, cada vez más numerosos, movidos por el Espíritu y alentados por los pastores, los superiores mayores y los documentos eclesiales, se han insertado en medio del pueblo empobrecido como una forma de seguir a Jesús en el anuncio de la Buena Nueva a los pobres.
Este don nos llama a una conversión y renovación llegando a ser fuente inspiradora para toda la vida consagrada.
Como toda presencia de Dios la inserción interpela, cuestiona y no está exenta de conflictividad. Sin embargo, la fidelidad al Espíritu nos llama a ser consecuentes con este dinamismo desencadenado entre nosotros y a iluminar nuestro propio carisma desde la perspectiva de la inserción.