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Un problema de fondo que plantea hoy la reflexión sobre la Iglesia es "si puede haber una eclesiología que no introduzca esencialmente la historia de la Iglesia" (Sobrino). Lo que aquí se ventila es si hay que pensar la Iglesia como una realidad nacida de Jesús de una manera perfecta y acabada, o hay que pensarla como algo que "en su configuración concreta e histórica se funda también en la decisión de los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo", y se sigue fundando en los cristianos que "renuevan constantemente esta decisión y encarnan la Iglesia en las nuevas y sucesivas situaciones históricas que se les presentan" (Boff).
Esto supone una revalorización del aspecto "pneumatológico" de la Iglesia, dando toda su importancia a la acción del Espíritu que la renueva y la recrea sin cesar desde diversos condicionamientos y exigencias históricas. Naturalmente que esa acción del Espíritu incluye la respuesta, positiva o negativa, de una Iglesia de hombres que puede ser "santa y pecadora", y que ya los Padres designaron como casta meretrix. Por eso, habría que añadir que, en tales condiciones, "en el fondo el último criterio para la verdad de la Iglesia consiste en, si al narrar su historia, se parece más a la narración de la historia de Jesús". (Sobrino).