Descripción
Una correcta pastoral de la espiritualidad debe partir del supuesto de que "lo espiritual" no es sino una dimensión del hombre individual y socialmente considerado, así como del cristiano personal e institucionalmente entendido. Esta dimensión no tiene una autonomía absoluta, como pretenden los espiritualistas, de modo que pueda y deba ser cultivada con absoluta independencia y separación de otras dimensiones del hombre, pero tampoco ser reducida a una especie de reflejo cuasi-mecánico de determinadas condiciones materiales, como pretenden los materialistas. Tiene su autonomía, pero sólo una autonomía relativa que necesita ser sustentada por condiciones "no espirituales", en las que además debe encarnarse y expresarse necesariamente y a las que a su vez debe iluminar y transformar. Dicho en otros términos, una correcta pastoral de la espiritualidad debe evitar tanto perspectivas dualistas como monistas y debe enmarcarse en perspectivas estructurales, más o menos dialécticas según los casos, de modo que una dimensión no sea lo que es, sino siendo co-determinante de la otra y co-determinada por ella. Cada dimensión sería siempre dimensión de todas las demás y orientada a constituir un todo, del que recibe su plena realidad y su sentido.
Así lo espiritual y lo material, lo individual y lo social, lo personal y lo estructural, lo trascendente y lo inmanente, lo cristiano y lo humano, lo sobrenatural y lo natural, la conversión y la transformación, la contemplación y la acción, el trabajo y la oración, la fe y la justicia, etc... No se identifican entre sí de tal modo que cultivando uno de los extremos se cultiva ipso facto el otro, que no sería sino su reflejo o añadidura accidental; pero tampoco se separan de tal modo que puedan cultivarse sin una intrínseca, esencial y eficaz determinación mutua. Cualesquiera separaciones puedan hacerse en abstracto, en la realidad histórica concreta tal como ha sido hecha por Dios, esas dimensiones se dan en unidad y en mutua dependencia.