Descripción
Se trata, ante todo, de la unidad de la Iglesia, del Pueblo de Dios, del "Rebaño" del único Pastor. Pero también, como enseña el Concilio Vaticano II, de la "unidad de todo el género humano", de la cual, como de la íntima unión" de todo hombre "con Dios", la Iglesia una es "como un sacramento o signo" (cf. Lumen gentium, 1). La triste herencia de la división entre los hombres, provocada por el pecado de soberbia (cf. GEN 1, 4.9), perdura a lo largo de los siglos. Las consecuencias son guerras, opresiones, persecuciones de unos por otros, odios, conflictos de toda clase.
Jesucristo, en cambio vino para restablecer la unidad perdida, para que hubiera "un solo rebaño" y "un solo pastor" (Jn 10, 16); un pastor cuya voz "conocen las ovejas, mientras no conocen la de los extraños (Ib. 4-5); El, que es la única "puerta", por la cual hay que entrar (Ib.1).
El texto del artículo es la Homilía pronunciada por S.S. Juan Pablo II en la misa celebrada en Managua, el cuatro de marzo de 1983.