Descripción
El número 8 de la encíclica Laborem Exercens que lleva por título “Solidaridad con los hombres del trabajo”, termina con un fuerte párrafo sobre “La Iglesia de los pobres”. Líneas densas que importa destacar, pero que conviene antes poner en contexto.
Aquí es necesario, una vez más remontarse a la figura profética de Juan XXIII. En el período de convocación al Concilio, el Papa Juan decía -es pertinente recordar ese texto- en su mensaje del 11 de septiembre de 1962. "Para los países subdesarrollados la Iglesia se presenta como es y cómo quiere ser, como Iglesia de todos, en particular cómo Iglesia de los pobres".
Unas breves observaciones sobre este aserto. La referencia a los países pobres es significativa, para el Papa Juan la pobreza de las mayorías (ese es el caso) es un factor importante para una toma de conciencia del ser y el hacer eclesiales. Se afirma en segundo lugar que la Iglesia es la Iglesia de todos. El amor de Dios es universal, nadie está fuera de él, la comunidad cristiana es una expresión de ese amor, ella se dirige por consiguiente a toda persona humana. Solo así se comprende debidamente la última afirmación "en particular como la Iglesia de los pobres" La universalidad no solo no se opone a esta predilección (no exclusividad, está claro) sino que la exige para precisar su propio sentido. El Dios anunciado por Jesucristo es el Dios cuyo llamado es universal, orientado a toda persona humana, pero es al mismo tiempo un Dios que ama con amor preferencial a los pobres y desposeídos. Esta dialéctica entre universalidad y particularidad es una exigencia y un reto para la comunidad de discípulos del Señor.