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Poder hablaros en esta ocasión, es un privilegio que os agradezco muy cordialmente. Lo primero será traeros el afectuoso saludo de las dos Uniones de Religiosos (USG y UISG) y testimoniaros nuestro agradecimiento y admiración por vuestros constantes esfuerzos en pro de la renovación y fomento de la vida religiosa. Muchas gracias.
El tema de vuestro congreso es «El futuro de la vida religiosa que construimos juntos para el mañana». Yo quisiera contribuir a su estudio compartiendo con vosotros mis reflexiones sobre una cuestión previa a esa visión del futuro, y que, en gran medida, puede condicionarlo: ¿Cuál es el mejor servicio que los religiosos pueden prestar hoy a la humanidad y a la iglesia?
Partamos de la idea que la vida religiosa tiene sentido en cuanto es un servicio a la Iglesia y a la humanidad, y tiene futuro en cuanto puede seguir prestando válidamente ese servicio. El Instituto Religioso de hombres o mujeres que se reconociese o fuese declarado incapaz de ese servicio, sería desde ese momento «la higuera sin fruto», sin derecho a un lugar al sol, y que debe ser removida.
¿Cuál es ese servicio que hoy debe prestar la vida religiosa? El acento está en el «hoy», porque el «hoy» es el primer peldaño del futuro. El mundo cambia, y cambia también el servicio concreto que espera de nosotros. El servicio que puede prestar cada Instituto Religioso, de hombres o de mujeres, es diferente porque los carismas fundacionales son diferentes. Y es evolutivo si quiere conservar su eficacia en ese fluido «aquí y ahora»
Pero, ¿no habrá un denominador común, constante y necesario para todos los Institutos Religiosos? Sí, lo hay, puesto que la vida religiosa —cualquiera que sea la modalidad adoptada por cada Instituto— es el Evangelio traducido a vida, la imitación de Cristo. Y de esa aspiración fundamental común a todos —seguimiento de Cristo— nace la común preocupación por ofrecer el mejor servicio a Cristo en el futuro, que es el tema de vuestro Congreso, y la necesidad de saber previamente que urgente servicio exige hoy de nosotros la novedad del Evangelio. De las respuestas que nos demos depende el futuro. Mejor: en su seno se ha engendrado ya el futuro.