Descripción
En su carta del 1 de noviembre de 1976, el P. General, tras un estudio de la formación recibida de la Compañía entera, considera como lo más importante para que podamos traducir en "praxis viva" la Congregación XXXII, lograr la integración real de nuestra vida espiritual y nuestro apostolado, llegar a ser de hecho "in actione contemplativus".
Es un volver a un tema que toca la médula misma de nuestra vocación. Integración de la experiencia de Dios y la acción comprometida con las realidades concretas de los hombres; unión con Dios y encarnación real e históricamente situada.
Pero, esta integración no resulta nada fácil, y caer en una dicotomía deformante y gravemente dañosa para nuestra identidad cristiana y jesuítica es un peligro algo más que puramente retórico. La tentación de reducir el misterio de la Encarnación a una de las dimensiones que lo componen no sólo llena las páginas de la historia del Dogma, sino también las de la Espiritualidad.
La reflexión que sigue es un pequeño esfuerzo en la búsqueda de líneas integradoras, de elementos que ayuden a adquirir una visión unitaria e integrada de nuestra vida. Nos centraremos en la idea de "misión", a la que la Congregación General XXXII ha dado una importancia nuclear y que es, quizás, la clave más fundamental y más genuinamente ignaciana para interpretar nuestro caminar jesuítico.
Somos ante todo un "cuerpo en misión". Profundizar en lo que significa ese "estar en misión", es algo que puede y debe iluminar y unificar los diversos aspectos de nuestra vida.