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El año 1990 abre en Nicaragua un capítulo de cambios. No sólo se produjo un relevo en el gobierno. El país despertó a una nueva realidad. Entró de lleno a la recta final del milenio con una agenda sobre cargada y en una situación de semiparálisis. La derrota electoral y el ascenso de la Unión Nacional Opositora (UNO), marcó un brusco viraje en el derrotero que la revolución había impreso a la nación. Ese cataclismo se sintió en toda su magnitud sobre la columna vertebral del sistema de comunicación nacional.
Previo a la entrega del gobierno, el sandinismo realizó una serie de maniobras con la intención de resguardar sus fortificaciones: el primer paso fue la derogación de la Ley de Medios de Comunicación. En el breve interregno de febrero a marzo, movió el tinglado de los medios y con una enorme largueza distribuyó las frecuencias de televisión en VHF que todavía quedaban disponibles. Una maniobra parecida efectuó con algunas frecuencias en UHF.
Al asumir el mandato de la UNO, Telecomunicaciones y Correos de Nicaragua (TELCOR), procedió de una manera similar. Entregó en forma casi irrestricta las frecuencias de radio en Amplitud Modulada (AM) y en Frecuencia Modulada (FM). Dentro de un contexto de choques y forcejeos la liberación de las ondas hertzianas constituía un correlato de la desreglamentación que operaba en todos los órdenes de la vida nacional.
Para frenar las acciones del gobierno, el sandinismo conjugó diversas formas de lucha política, entre las que privilegió huelgas y asonadas. Como parte de la estrategia orientada a desinflar estas acciones, el gobierno de la presidente Chamorro buscó como clavar una banderilla sobre la cresta de la ola incendiaria y en una maniobra equivocada promulgó lo que tal vez será en Nicaragua, el último intento durante el presente siglo, por encorsetar y poner bridas a la libertad de expresión. El Decreto 55-90 fue el paraguas que abrió TELCOR para atajar los ataques provenientes de los medios de comunicación proclives al sandinismo. Lejos de pegar en el blanco, la reacción que produjo la sanción de esta ley, fue la del rechazo y la condena.
Si insisto en repetir esta parte de la historia que todos conocemos, porque la vivimos y sufrimos, es para poner sobre la mesa las circunstancias en que se produjo y nació hace cinco años, la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Universidad Centroamericana (UCA), bajo la inspiración del Rector César Jerez, cuyo nombre invoco una y otra vez, ya que tuvo la visión para darse cuenta a tiempo de la urgencia y necesidad de introducir cambios radicales en el sistema de enseñanza de la comunicación en Nicaragua. A él debemos la creación de esta facultad. Puesta su mirada en el horizonte, recuerdo las distintas ocasiones en que nos dimos cita en el edificio de rectoría, para elaborar y discutir distintos borradores en los que se enfatizaba hacia donde debía de orientarse la educación universitaria en el campo de la comunicación. Cuando se fundó la Facultad de Ciencias de la Comunicación, ya teníamos casi un año por lo menos de estar discutiendo sobre la conveniencia de su apertura a la diversidad de ideas y al gusto por el goce y disfrute de la libertad.
César Jerez y el equipo de rectoría, entre quienes estaban el padre Otilio Miranda, el padre Álvaro Argüello, el licenciado Jorge Alvarado y la doctora Mayra Luz Pérez, se mostraron permeables y acogieron con beneplácito nuestra propuesta de reformular y desmontar los planes y programas de estudios vigentes. Aparte de las repeticiones y duplicidades, la sobrecarga ideológica que destilaban distintas asignaturas, frenaban toda posibilidad de romper el círculo infernal de la polarización que se manifestaba en el campus universitario. Lo que se vivía en el aula era una expresión de lo que ocurría en las barricadas. El sectarismo mostraba sus colmillos.
La intolerancia elevada al rango de norma impedía formar profesionales con otros atributos y credenciales. La Escuela de Periodismo ya no podía continuar funcionando como brazo político de un partido. Esta fue una opinión y un sentimiento compartido por todos, incluyendo al cuerpo de profesores que ya encontré instalado y a los otros que llevé conmigo. La Cátedra Abierta ha sido tal vez el mejor antídoto para tratar de curar esta enfermedad endémica de la política nacional.