En el contexto de la práctica educativa podemos considerar dos posturas extremas, la que expone al niño directamente a diferentes tipos y clases de experiencias a partir de las cuales, casi sin necesidad de intervención por parte del adulto, el niño llega a entender las cosas por sí mismo; y otra que se pronuncia porque sea el adulto quien proporcione al niño el conocimiento y el significado de las cosas, considerando la experiencia directa simplemente como un prerrequisito que permite al adulto transmitir información y la interpretación que de ella tiene.