Al mismo tiempo que agradezco profundamente el honor de ser invitado a compartir mi modesta perspectiva como investigador académico de la comunicación y como practicante del arte y la ciencia de educar, ofrezco una disculpa anticipada porque al preparar este texto no logré quitarme la sensación de ser incapaz de superar algunos lugares comunes y de situarme realmente en la perspectiva de lo que significan ya desde ahora comunicar y educar en el siglo XXI.