Descripción
La profunda crisis social de América Latina responde a las mismas causas y reclama las mismas soluciones que corresponden a todo el sector subdesarrollado de la humanidad, formado por dos tercios de la población de la Tierra.
Esta crisis obedece al atraso económico de los países de Asia, África y América latina en contraste con los enormes adelantos registrados en las naciones industriales del hemisferio norte acelerados en nuestra época merced a la revolución científica y técnica de la posguerra.
Las encíclicas de Su Santidad Juan XXIII y Su Santidad Paulo VI, así como las conclusiones del Concilio Vaticano II, examinan esta cuestión a la luz de un dato objetivo indiscutible: la distancia que separa al mundo subdesarrollado del mundo desarrollado se agranda progresivamente. Los beneficios de este mundo moderno del átomo, la automatización y la exploración espacial hacen a las naciones ricas cada día más ricas y a las naciones pobres cada día más pobres en virtud de la ley de concentración en los polos de poder económico mundial.
La desigualdad así creada engendra no sólo una reacción ética sino que produce una peligrosa dislocación del equilibrio social de la humanidad, con todas sus graves consecuencias en el campo de la misma economía internacional y en el mantenimiento de la paz y de la convivencia civilizada y democrática.
El hombre como tal y la sociedad universal asisten a la agravación de la desigualdad entre los pueblos con justificada alarma. La Iglesia Católica toma posición en el problema como corresponde a su misión divina. Su encuesta asume términos concretos: pregunta cuáles son las causas de esta injusticia, cuáles sus genuinas soluciones y cuáles los métodos aconsejables para lograr estas últimas.
Las tres indagaciones son inseparables, puesto que el examen de las causas lleva a la programación de las soluciones y ésta a la elección de los métodos. El hilo que une dialécticamente los hitos de este razonamiento es fácilmente discernible y al seguir su trayectoria será relativamente fácil construir una eficaz estrategia internacional para resolver el problema del subdesarrollo en forma orgánica y científica. Contrariamente si eludimos ese método estamos expuestos a caer en la improvisación, en la superficialidad y, lo que sería más grave, en la demagogia.