Descripción
Un viernes cualquiera salí de mi casa a las 8 de la mañana para tomar la ruta 110 en la parada del Seminario y llegar a mis clases de Psicología en la UCA. Desde que cerré el portón de mi casa hasta llegar a la universidad no tuve más contacto social que un saludo de manos a la distancia con el cuidador de la casa de enfrente.
El viaje en el bus fue normal pero yo notaba algo extraño. Unas 30 personas iban en aquel gigante de hierro pintado de verde que aceleraba en el 7 Sur. Nadie hablaba. Era increíble ver que nadie se tomaba la molestia de entablar el más mínimo contacto humano.
Los que podían miraban por la ventana, otros veían al frente, chateaban, escuchaban música o la radio del bus y yo, que observaba atónito cómo la vida no nos deja salir de nosotros mismos. Nos obliga, por no tenerlas garantizadas, a pensar siempre en nuestras necesidades básicas, siempre estresados, siempre preocupados.