Descripción
La marcha de la historia representa un constante progreso hacia un dominio cada vez más completo de las cosas. Por él los hombres están más seguros ante los peligros; sus necesidades se satisfacen mejor y obtienen así la posibilidad de refinarse; se despliega la vida de la personalidad; aumenta la felicidad de la existencia humana. Ahí está el sentido de la historia. “Historia” significa simplemente progreso. ¿Es eso cierto? Es cierto mientras el hombre puede elaborar también personalmente la materia del mundo, de qué forma posesión. Es decir mientras que la salud de su cuerpo, la capacidad de experiencia de su espíritu y la nobleza moral se su persona, son elevadas por la acción recíproca que regresa hacia él desde aquello que él ha dominado. Tanto el pasado como el presente nos dicen, sin embargo, que no siempre ha sido ni es este el caso, en absoluto; sino que más bien vuelven siempre a aparecer sobresaturaciones en que el hombre ya no es capaz de elaborar adecuadamente la materia del mundo que ha captado. Con el exceso de posesión, ya no reconoce ninguna ordenación de valores con que orientar su acción; no tiene clara conciencia de la orientación de la labor constructora o destructora; queda sometido a la coerción de las situaciones materiales, sociales y políticas, así como a las modas culturales, etc. Cierto es que el hombre se hace más libre, más seguro, más creador, mediante el poder creciente sobre la Naturaleza; pero sólo en tanto responda correctamente a la pregunta que lo decide todo y que dice: “Poder ¿Para qué?”. Pues el poder sólo obtiene su carácter por lo que se hace con él. Pero el hombre que tiene poder ¿Hace con él lo que es debido? La experiencia cotidiana, así como la historia del pasado, muestran que no siempre es ése el caso, en absoluto; que con él se pueden hacer también las cosas más necias, más destructoras, más perversas.