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Asistimos a una crisis que viene de muy antiguo, que arranca del nacimiento mismo de la filosofía moderna, de Descartes: La crisis de las humanidades, la crisis de los estudios humanísticos.
Los prejuicios contemporáneos contra las Humanidades son los siguientes: 1) Esté en primer lugar el “cientificismo”; los cultivadores de las ciencias, especialmente de las ciencias naturales y físicas, sostienen que sólo éstas ofrecen algo positivo y concreto. Esta creencia ha pasado a la mente de los estudiosos y hasta se ha convertido en una especie de mito parta la gente de la calle después de los éxitos de la aeronáutica t de los vuelos espaciales. 2) Está también el llamado marxismo vulgar que, al estudiar los fenómenos culturales como producidos por una infraestructura económica, viene a decir que los estudios humanísticos pertenecen al ideal educativo de la burguesía, la cual ha perdido ya su vigencia histórica. 3) Hoy día más que nunca, se considera como ingrediente imprescindible en el cultivo de las ciencias la objetividad, la usencia total de elementos subjetivos y personales. La ciencia, y sobre todo la técnica, que goza de primacía universal, ha de cultivarse de manera impersonal. Las preocupaciones humanísticas son ajenas e impermeables a esa objetividad científica y técnica. 4) Las ciencias particulares se multiplican sin cesar. Cada cuestión da lugar a una ciencia nueva. Capítulos de ciencias antiguas se autonomizan para formar ciencias inéditas. La facilidad que reportan refuerza ese hábito de multiplicarlas. El especialismo que cree que cada día más, ha hecho creer a muchos que la cultura humanística, la “cultura”, es una especie de lujo inservible y gratuito.
¿Hemos de entregarnos a esta situación? Hemos de dejar la educación en manos del especialismo, en manos de las ciencias especializadas y particulares? Adelantémonos la respuesta, cuyo sentido aparecerá más adelante: no. Como veremos después, las ciencias particulares necesitan una “generación salvadora” que sólo pueden ofrecer las humanidades.