En Centro América –escribo desde este “lugar humano y teológico”- se convoca hoy a los pueblos del Primer Mundo a que se solidaricen con nuestra dura pero esperanzadora realidad histórica. Lo mismo hacen otros pueblos de América Latina y del Tercer Mundo, anhelantes de dignidad y justicia con libertad. Así mismo resuena esta convocatoria desde no pocos lugares del mundo socialista o Segundo Mundo, en que la burocratización y la excesiva estatización empañan la dignidad y justicia muchas veces conseguida, y hacen surgir clamores de mayor democracia participativa, y, desde el punto de vista de un cristiano, se escuchan también anhelos de mayor libertad religiosa efectiva.
Desde aquí pedimos solidaridad para avanzar hacia un nuevo orden económico internacional, para conseguir una moratoria indefinida de nuestra deuda externa o incluso su cancelación radical y, al menos, la estabilización de los intereses de la deuda, retroactiva respecto del monto en que estaban al ser concertados los préstamos.
También pedimos que se nos acepte como sujetos nacionales, iguales a las potencias intermedias y a las superpotencias frente al derecho internacional. En estos días de octubre de 1987 exigimos solidaridad con los esfuerzos para acabar la guerra que nos destruye y para que nuestros pueblos se encaminen hacia una paz con libertad y justicia. Para que este tipo de paz sea posible, incluso reclamamos una solidaridad especialmente urgente: un fondo económico extraordinario para la reconstrucción de Centro América y para el despegue hacia su desarrollo.