Las elecciones del 20 de marzo deben ubicarse dentro del llamado proceso democrático y dentro de las realidades sociales del país. Sólo así es posible una comprensión real del nuevo fenómeno electoral. Frente a los triunfalismos políticos de quienes apoyan estos eventos como la panacea de la democracia, aquí se argumenta con los datos de las elecciones de 1985 y de 1988. Finalmente se recogen los hechos posteriores que ya no vieron los fugaces observadores extranjeros y que han ensombrecido escandalosamente las últimas elecciones.