Los cambios recientes en las políticas migratorias y los efectos de la pandemia han convertido a la frontera noroeste de México en un espacio de atrapamiento para familias migrantes jóvenes que huyen de la violencia en México y Centroamérica, muchas de ellas en estados de salud mental deteriorados que pueden agravarse durante el tránsito. Aun así, suelen recurrir a estrategias de afrontamiento basadas en la fe y la esperanza, que les permiten mantener la motivación para continuar. Este estudio, basado en entrevistas a 26 personas refugiadas en albergues de Tijuana y analizadas con Atlas.ti, muestra que las expectativas de seguridad, educación para los hijos, estabilidad política y una vida mejor en Estados Unidos, junto con la figura de Dios, funcionan como anclajes que sostienen la esperanza y reducen el malestar psicológico derivado de experiencias traumáticas previas.