La medicina, es una las ciencias más antiguas de la historia. Podría decirse, que data de los cimientos de la civilización humana. Por ejemplo; existe evidencia de prácticas médicas, en el Periodo Neolítico, como los agujeros de trepanación. Por lo anterior, se puede concluir que la práctica médica es una vieja amiga, que ha configurado la vida y supervivencia humana. Y como todas las amistades, ha tenido fluctuaciones, altibajos y modificaciones, pero la realidad, es que todos estos procesos constantes de cambio han sido más notorios y transgresores en el último siglo, con el advenimiento de la tecnología y la investigación.
La práctica médica, se ha convertido en un ejercicio complejo, cada vez más expuesto a la luz de la sociedad, de pacientes más informados y demandantes, de exigencias diagnósticas y terapéuticas más altas, de enfermedades más complejas y difíciles y de un modelo de salud que no siempre responde a los ideales del médico ni del paciente, a estructuras corporativas fuertes que direccionan el actuar médico, un sistema que mercantiliza la salud a oferta y demanda, un sistema laboral y contractual tercerizado y en muchos casos a un silencio gubernamental escalofriante; todo este escenario crea en el profesional unas amenazas para el buen ejercicio de su profesión y por ende el cuidado de sus pacientes.
Al identificar esta realidad tan apremiante, y al relacionarme estrechamente con ella por mi profesión médica, puedo reconocer la necesidad de buscar una estrategia atemporal que permita al médico encontrar la felicidad en el ejercicio de su profesión, reconstruir el ethos de su profesión y al paciente contar con un médico virtuoso que actuará siempre en su beneficio.