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Es evidente que una enormidad de cambios está exigiendo que se actualicen las estructuras eclesiales: la manera misma de comprender la Iglesia universal y local en el Vaticano II, el ingente número de personas que dejan de asistir a los templos, las diversas actitudes de distintos sectores de nuestra sociedad hacia lo religioso y hacia el clero, la nueva mentalidad con que la juventud se va educando, la creciente incorporación del campesinado a la civilización… Podrían enumerarse otras muchas exigencias y, seguramente, cada quien podría ejemplificar y matizar según la región donde reside.
De todo esto surgen necesariamente nuevas tareas, nuevos oficios, encomiendas, en la Iglesia mexicana. El clero ha de expandir sus labores con miras a adaptarse a las exigencias de los tiempos, a estos nuevos dinamismos, cambios, y todo lo que traen consigo para el cristiano o cristiana en comunidad.