Este trabajo advierte que los imaginarios institucionales de la democracia representativa despojan a los individuos de la facultad de juzgar en común las situaciones del mundo que comparten en un espacio común, estableciendo universales que reemplazan el juicio individual y colectivo, para decidir y juzgar por anticipado, en nombre de los individuos, los eventos del mundo social. A partir de ahí, se logra evidenciar que la democracia funciona como un extraórgano que compensa la pérdida de la facultad de juzgar, y realiza los juicios y los deseos de los agentes sociales que viven un mundo común juzgado anticipadamente por un superpoder que emerge del modelo económico capitalista-liberal y de la mundialización económica y política. Se recurre a la antropología filosófica y a la teoría de la compensación para revelar que el capitalismo liberal adopta la democracia representativa como un modelo político que le permite asumir la orientación de la vida del individuo, sin apelar a la fuerza para arrebatarle su facultad de juzgar y decidir sobre su mundo. Se pudo determinar que la democracia y los derechos fundamentales cumplen la función instrumental de compensar en el individuo la pérdida de autonomía para juzgar en común el mundo social y político en la era de la mundialización. Desde ahí se puede comprender el alcance de la democracia y los derechos fundamentales cuando ambos resultan incompatibles con los propósitos capitalistas.