Con el desarrollo de la ciencia moderna empezaron a surgir argumentos que, de una u otra manera, cuestionaban la autoridad eclesiástica y su manera de gobernar los asuntos civiles o, en sus propios términos, el orden temporal. Tal es el caso del giro que se da con el auge de la teoría de Copérnico o de la discusión kantiana sobre el origen y la legitimidad del conocimiento, teniendo esta, por supuesto, una metáfora política: así como la pura razón tiene que compartir sus títulos de nobleza con la sensibilidad, hasta entonces despreciada (Serrano, 2007: 65), las instituciones religiosas y monárquicas deben ceder ante los movimientos civiles que pretenden abrirle paso a la legitimidad de las manifestaciones populares de gobierno.