Partiendo del ejercicio sencillo de caminar y observar Bogotá, como la ciudad que nos acoge desde que tenemos recuerdo, empezamos a percibir un cambio que inició transformando algunos sectores que concurríamos frecuentemente. Ese cambio fue notorio y brusco, pues físicamente las casas, los locales y algunos edificios se mostraban con franjas de colores cálidos y llamativos como el amarillo, el rojo, y en algunos casos naranja, los cuales además de alumbrar en la noche, irrumpían en la paleta de color de las fachadas de una ciudad tan acostumbrada al gris como lo es Bogotá. El momento que detonó una serie de preguntas fue encontrarnos en la salida del túnel de la Universidad Javeriana, con un módulo gris que intentaba incursionar dentro del comercio universitario ubicado en esas cuadras. Siguiendo nuestro recorrido en medio de una conversación nos dimos cuenta, que cada una había visto ya, otra cantidad significativa de estas sucursales pequeñas que eran ramificaciones de los grandes supermercados, los cuales invadían visualmente con sus logos y sus colores corporativos zonas cercanas a las universidades y residenciales. La pregunta inicial fue, ¿Será que este formato está afectando a las tiendas de barrio? ¿Podrían llegar a desaparecer las tiendas? Esta duda desencadenó una conversación que vacilaba entre la posibilidad de que ocurriera o no. Más de una vez negamos que este hecho fuera efectivo en un futuro, reiterando que en barrios populares la presencia de las tiendas era indispensable.