En el siglo XVII el control sobre el cuerpo fue fundamental en la instauración del orden social en la Nueva Granada. La práctica de los preceptos religiosos debía integrar al cuerpo en la experiencia espiritual, silenciando cualquier realidad que pudiese llevarlo al pecado. Sin embargo el carácter público de la vivencia de la fe introducido por la Contrarreforma dotó de una renovada centralidad al cuerpo, pero en su calidad de cuerpo místico -sufriente, lacerado, dolorido-, que a través de la hagiografía escrita en territorio neogranadino, la imitación de las virtudes de Jesús y la práctica de los sacramentos, lo convirtió en eje de la configuración del cuerpo social de la época.