El hombre es un ser eminentemente relacional y posee una capacidad simbólica única que le permite hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito. Desde tiempos inmemoriales, ha construido e interpretado símbolos y, a partir de ellos, ha establecido relaciones significativas con todo aquello que le rodea, en particular, con Dios. Con el transcurrir del tiempo, el símbolo pasó a definirse como la representación de algo no real o no existente.