Dicen que cada uno habla de la feria según le va en ella, y no podría ser de otro modo en ferias tan vastas como el 30º Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), que acaba de tener lugar en San Francisco. La asociación tiene unos 5.000 miembros, de los cuales asistieron unos 4.500, y el programa lista 999 paneles y actividades ‒en su primer avatar, Nueva York 1968, había solo siete paneles‒. Una amplia mayoría de miembros procede del campo académico norteamericano, de todas las disciplinas relevantes, pero numerosos intelectuales latinoamericanos y europeos son también miembros o acuden como invitados especiales. La conferencia, que pasa ahora a ser anual, después de muchos años de convocarse cada 18 meses, es tradicionalmente el lugar donde se toma el pulso al estado de la discusión en los campos disciplinarios específicos. Es algo así como la meca del latinoamericanismo, entendido como la suma de discursos sobre América Latina ‒y en cuanto tal tiene algo de enciclopedia china según Borges: la colección de palabras es siempre heteróclita y anacrónica‒. Se juntan generaciones y escuelas, se separan formas de trabajo, se reúnen propuestas contradictorias, se disciernen ideas emergentes, y se entierran, no tanto vivas como medio muertas, las que ya no son ideas, pero a veces quieren continuar siéndolo.