El actor, antes que intérprete, es persona y tiene sentimientos, gustos, problemas personales, etc., en muchas ocasiones, diferentes de los del personaje. Los primeros en tener claridad sobre el asunto de diferenciación son los mismos actores y después de ellos los directores y los demás. Cuando el límite está claro, existen menores posibilidades de que el actor sufra confusiones y termine padeciendo afecciones de salud o psicológicas. Un director bien preparado tiene la capacidad de llevar a un actor a su mejor interpretación, pero igualmente, uno que no tiene la suficiente preparación o conocimiento acerca de dirección actoral puede llevar al intérprete a resultados desastrosos, en los que un papel mal dirigido puede ocasionar lesiones físicas y psicológicas permanentes, llegando a maltratar la vida de una persona que se entrega a un personaje y a una película confiando en la capacidad de otro para dirigirle hacia un buen resultado. Cuando se trata de cuidar el cuerpo y la mente del actor, hay diferentes soluciones por la que se puede optar antes de la exposición al riesgo. Siendo el actor el elemento esencial y el más valioso de una producción cinematográfica, se debe hacer todo lo posible para evitar dañar su cuerpo o su mente.