Nuestra Iglesia es cada vez más consciente de que nada verdaderamente humano le es ajeno y debe dejar de encontrar eco en su corazón. Una doble certeza debe acompañarla en su vibración con los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de la época actual: el Espíritu Santo dirige a los hombres reunidos en Cristo en su peregrinación al Reino del Padre y su misión es anunciar el mensaje a todos.