Cuando Stanislaw Lem (2005a) escribió Retorno de las estrellas imaginó que los libros, en el futuro, serían “pequeños cristales de contenido acumulado” y que se leerían con un “optón” que, incluso, “se parecía a un libro, aunque solo tenía una página entre las tapas. Al tocar esta hoja, aparecían por orden las páginas del texto, una tras otra” (Lem, 2005b, p. 101). Sin embargo, estos cristales no dejan de parecerse demasiado a las memorias USB actuales, o a las tabletas de Kindel diseñadas para la lectura de textos escritos. Lem nos habla allí de soportes electrónicos o digitales de lectura, pero no de un nuevo tipo de literatura. En cambio, sí describe formas arquitectónicas totalmente diferentes a las que conocemos hoy: “Era difícil fijar la vista en algo estable, porque la arquitectura del entorno daba la impresión de consistir exclusivamente en movimiento, en transformaciones” (Lem, 2005). El objetivo de este trabajo es plantear la posibilidad y práctica viable de una literatura digital igualmente inestable, transformable y en movimiento, basada en flujos de información y en procesos de creación colectiva.