«Ella estaba curando las heridas de un adolescente tan delgado y consumido queparecía un preso de un campo de concentración nazi. Su carne se había disuelto.Sólo su piel tirante permanecía en sus huesos.La Madre Teresa le habló suavemente en bengalí. Nunca olvidaré los ojos delmoribundo. Su sufrimiento cedió lugar a una especie de serenidad, la serenidad dealguien que descubre súbitamente que es amado. [ ... ]Me presenté ante la monja. Un voluntario europeo pasó en ese momento por elcorredor. Sostenía un lavamanos. La Madre Teresa lo llamó y apuntando almoribundo le dijo: 'Ámalo con toda tu fuerza'»1.