Soltó la hoja de papel sobre la mesa como si le quemara las manos. Le sudaban y creyó sentir que el día era más quemante, que el calor se le metía por todas partes y le inundaba los poros de sudor, que la mesa del café era la única cosa en el mundo sostenida con firmeza sobre el suelo en un desierto inmenso donde el polvo era lo único respirable.