El uso de las minas antipersonal a lo largo del conflicto armado sembró literalmente la violencia en los territorios. A partir de estas se crearon límites físicos y simbólicos que trastornaron las posibilidades de acción de las personas, disminuyendo el espacio habitable y en esa medida afectando los lazos sociales y la confianza que mantiene la cohesión en las comunidades.
El reto de descontaminar el país a través del desminado humanitario no solo implica un proceso de desarme que permita aumentar las condiciones de seguridad para las personas que viven en las zonas donde las minas están enterradas. También es una oportunidad para cambiar la forma en que están configurados los territorios, recuperar dinámicas sociales que se vieron afectadas y comenzar a construir redes desde las cuales anclar los procesos y políticas de construcción de paz de la mano con las capacidades y los conocimientos que tienen las poblaciones. Este compromiso se ejemplifica desde el trabajo de la Campaña Colombiana Contra Minas.