Los Estados cuentan con distintas clases de instrumentos de política exterior basados en el soft power que se apoyan principalmente en la habilidad que tiene un gobierno para conseguir sus objetivos a través de la persuasión, la atracción, la cultura y los valores del país. Uno de los mecanismos que implementa este “poder blando” es la diplomacia cultural, la cual despliega un conjunto de estrategias y actividades dirigidas por el Estado y centradas en las ideas, los valores, las creencias, los estilos de vida, los modos artísticos, la gastronomía, los patrimonios naturales y los culturales para llevar a cabo objetivos de política exterior tales como la promoción de la identidad fuerte del país y el fomento de sus productos internos, entre otros. Dado que con el tiempo los países han mostrado interés por desarrollar e introducir la gastronomía dentro de sus herramientas de diplomacia cultural, ha surgido el concepto de gastrodiplomacia que se entiende como el conjunto de prácticas y estrategias (festivales, programas, ferias, campañas, producciones y publicaciones literarias) llevadas a cabo por el gobierno nacional con el fin de usar la comida como una manifestación cultural tangible fuera de las fronteras nacionales y así conseguir propósitos tales como obtener prestigio, alcanzar niveles económicos, promocionar la cultura alimentaria, aumentar la influencia en el exterior, incrementar el turismo y mejorar las relaciones con otros Estados. En la región de América Latina, el Perú es uno de los casos de mayor reconocimiento internacional en esta área debido a su trabajo desarrollando planes estratégicos de gastrodiplomacia para intensificar su inserción en el exterior a través de la promoción cultural.