La toxoplasmosis es una de las infecciones más comunes en humanos. Debido a la prevalencia de la coinfección
con VIH, conlleva un alto impacto en los sistemas de salud. Los seres humanos pueden infectarse de toxoplasma
al consumir carne mal cocinada de cordero o cerdo que contenga los quistes tisulares, o al consumir agua o
alimentos contaminados con heces de gatos. Una vez presente en el humano, el T. gondii se multiplica en los
enterocitos y se disemina por el torrente sanguíneo o linfático, parasitando las células musculares, de la retina
y frecuentemente el sistema nervioso central. La técnica más usada para la detección de IgG o IgM contra
toxoplasma es la técnica de Elisa. Los anticuerpos IgG pueden estar elevados sin tener una infección activa, por
lo que el diagnóstico con IgM y posteriormente con test de avidez es fundamental. El líquido cefalorraquídeo
muestra pleocitosis leve e hiperproteinorraquia. Las neuroimágenes son de alta utilidad, ya que usualmente la
punción lumbar puede estar contraindicada por lesiones que producen efecto de masa. Idealmente, los pacientes deben ser valorados con resonancia magnética en la que típicamente se observan lesiones eccéntricas en
ganglios basales con realce en anillo, posteriormente a la aplicación de contraste. Se debe considerar el linfoma
del sistema nervioso central como diagnóstico diferencial. El tratamiento suele iniciarse de manera empírica
con pirimetamina, sulfadiazina y ácido folínico, con evaluación de la mejoría imagenológica a los 10-14 días.
Si no se encuentra disponible, es posible el tratamiento con trimetoprin-sulfametoxazol. El inicio temprano
del tratamiento antibiótico es fundamental para el buen pronóstico; en cuatro meses se observa recuperación
neurológica completa en menos del 20% de los casos y a los tres años de seguimiento en aproximadamente
el 30% de los pacientes.