Quiero recordar el amigo que fue Marino Troncoso. Lo conocí cuando llegó de París a la Javeriana. Yo terminaba mis estudios de pregrado en el Departamento de Literatura. De inmediato descubrí en él a una persona fura de lo común: su inteligencia y simpatía le brotaban hasta por los poros y su conversación sencilla y cálida acercaba fácilmente a su interlocutor.