Me parece importante cuestionar mi papel como artista visual, que ha
elegido la fotografía como medio expresivo, en un panorama donde la
imagen, y nuestra relación con ella, se ha transformado profundamente
debido al desarrollo tecnológico, a la masificación que esta ofrece, y a la
posibilidad de adquisición que todos obtienen. Hoy en día existen celulares
cuyas cámaras tienen un mejor ISO que la mía (una Canon D60), son más
fáciles de portar, de manejar y arrojan imágenes de alta resolución que
no tienen nada que envidiarles a las de las cámaras profesionales. Estos
smartphones han democratizado la práctica fotográfica de tal manera que
la producción de la imagen ya no está solo en manos de los profesionales,
de aquellos que han dedicado años de estudio para dominar este arte, sino
en las de cualquiera: la imagen se encuentra a la distancia de oprimir un
botón. Dentro de este contexto, he escuchado afirmaciones como “ya no
se necesitan fotógrafos” o “cualquiera puede ser fotógrafo”, premisas que
mi relación personal con la fotografía me ha permitido desmentir. Lo que
busco mostrar con mi proyecto es que el fotógrafo no muere aunque todo
el mundo tenga cámara y, de hecho, es en este mundo sobre saturado de
imágenes cuando más lo necesitamos.