Mi vida gira en torno a tres personas; una es mi compañero de vida, las otras dos son para mí la vida misma. A veces, las cosas importantes en la vida empiezan como jugando, como sin querer. Así empezó la relación con el amigo que se convirtió en mi esposo. Un día lluvioso, después de salir de clases de la universidad, nos refugiamos de la lluvia en una cafetería y, sobre una servilleta que hoy luce amarillenta, empezamos sin querer a delinear nuestro futuro. En tono de juego yo le hice escribir que, si algún día se quedaba calvo, no se peinaría estilo quesillo de Oaxaca. Él me hizo prometer que nunca me depilaría las cejas hasta convertirlas en un arco sin chiste. Como no teníamos pareja en ese entonces, prometimos que, si llegábamos a los 35 años y ninguno de los dos estaba casado, nos casaríamos para no quedarnos solterones.