El fenómeno de la migración golpea todos los días a Centroamérica. Los hermanos migrantes son víctimas en sus propios países, expulsados de los mismos por la inseguridad y la pobreza. Sueñan con la reunificación familiar, después del dolor y la ruptura que significa la ausencia de largo plazo de uno de los miembros de la familia. Enfrentan peligros a lo largo del camino que con frecuencia se convierten en gravísimas violaciones de los Derechos Humanos. Y con frecuencia al llegar a los lugares de destino sufren diferentes agresiones de tipo racista o son colocados en los trabajos peores. Si el mundo, “hoy más que ayer” está caracterizado por una “guerra de los poderosos contra los débiles”; o como dice el Papa Francisco, si abundan “otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias,de empresas”, y que provocan migración y desarraigo de millones de personas en todo el mundo, justo es que se reflexione sobre la migración desde la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia.