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La reflexión de este artículo tiene como punto de partida una realidad que, de alguna manera y en diversos grados, constatamos a nuestro alrededor: “la fe cristiana, tal como es presentada oficialmente por el discurso de la institución eclesiástica, interesa cada día a menos personas; y a quienes interesa, les plantea cada día más dificultades”. Esta realidad lleva a muchos a hablar de crisis. Una crisis de fe en Dios, una crisis religiosa y eclesial que afecta a la sociedad, a la cultura y a los individuos en sus dimensiones más profundas, en el modo de pensarse a sí mismos y en cuanto les rodea, desde lo más humano hasta lo más divino. En este contexto, las personas se ven abocadas a vivir su fe desde lo que el autor llama “una situación de frontera”. A partir de esta constatación, se adentra a reflexionar en lo que esto significa y afecta a los creyentes, sobre todo en aquellos que se dedican a la reflexión teológica. Y, después de exponer sus razones, el autor vuelve a concluir que la fe cristiana, en nuestro contexto socio-cultural y eclesial sólo puede ser vivida con coherencia en la frontera y hasta en los “márgenes” de la fe. Esta realidad exige tomar en serio tres grandes logros de la teología del siglo XX: la humanización de Dios, la unidad de lo “natural” y lo “sobrenatural” y centrar la fe no en la religión sino en la felicidad.