La reflexión de este artículo gira en torno al esfuerzo realizado por el Concilio Vaticano II para poner fin al enfrentamiento con el mundo moderno que había vivido la Iglesia desde los tiempos de la Revolución Francesa, asumiendo una actitud amable y de diálogo. Toma como punto de partida la actitud negativa y condenatoria por parte de la Iglesia hacia la historia moderna, para destacar el espíritu conciliador y dialogante de Concilio, sobre todo en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, y puesto en práctica ya en el pontificado de Pablo VI. El autor señala cuatro condiciones necesarias para que exista un auténtico diálogo y se pregunta si el diálogo entre la Iglesia y el mundo ha encallado. Afirma que todavía estamos muy lejos de saber dialogar, pero que es indudable que en los años del postconcilio unos y otros nos hemos esforzado por hacerlo. Luego se detiene a reflexionar sobre las dificultades para que exista este diálogo, señalando primero la agresividad contra la Iglesia por parte de algunos sectores sociales, especialmente en Europa, concretizando con ejemplos de España y Francia, y, señalando también, cuatro actitudes de algunos sectores eclesiales que entorpecen dicho diálogo. El autor concluye su reflexión con una hermosa cita del Papa Juan XXIII sobre el daño que ocasionan a la Iglesia y al mundo actitudes intransigentes y condenatorias por parte de algunos sectores eclesiales.