El gran poeta, maestro y escritor salvadoreño escribió este poema para el presbítero, doctor y mártir Ignacio Ellacuría:
“Usted reposa ahora, don Ignacio, con Amando, el arcángel consejero; con la “fe y alegría” de aquel Lolo; con Segundo, el de barbas de dios Zeus. Con Pardito, silente y laborioso que alcanzó a Dios en su correr eterno; y con Nacho, consciencia inquisitiva que ha de encuestar los ángeles del cielo. Allí descansan de este rudo tiempo de congoja, dolor, llanto y miseria, y desde el gran martirio atribulado defienden a la vida en esta tierra.
Elba y Celina, lirios de este pueblo, reposan más allá de su silencio: ellas volvieron a su lar amable a dormir en la tierra primigenia.
Yo voy a recordarlo, don Ignacio, con su paso sereno en la arboleda, con la hidalguía del perfil altivo con que viste el Creador al intelecto.
Con sus manos ungidas en aceite votivo de las hostias y las letras.
Con sus ojos certeros y aguileños, con la razón de escudo sobre el pecho y el inflamado acento sobre el verbo”.
A.M.D.G.