El trabajo en equipo es un reto insoslayable desde la perspectiva ignaciana. Sin embargo, vivimos en tiempos difíciles para el trabajo en equipo. Los obstáculos que sobresalen para que éste sea posible son: sobrevalorar el trabajo personal e individual, la confusión entre el protagonismo personal y la misión, así como los conflictos que suceden entre las personas. El autor nos comparte la siguiente conclusión: “Fortalecer el sentido de identidad y de pertenencia, al mismo tiempo que se fomentan los ideales y valores utópicos que animen y movilicen hacia el objetivo común, se convierte en una necesidad indispensable para favorecer la creatividad grupal y para ofrecer motivación y estabilidad al equipo de trabajo. Eso implica tener la intuición para captar las necesidades del grupo y una comprensión del entorno social y cultural en el que se desarrolla la labor. Formulado metafóricamente el ideal ignaciano, podríamos decir que la mesa del equipo se sostiene sobre cuatro patas: sobre la base del respeto, la comunicación, la actitud compasiva y la humildad; y el mantel que la cubre es el Servicio a Dios y a la humanidad, y tiene un color de la estima y aceptación mutua entre hermanos y amigos en el Señor”.