dc.description | En el presente escrito se quiere acercar a la realidad de todo grupo humano, en especial, a la vivencia que se da en la vida consagrada, y a la necesidad que surge en el contexto presente de estar agarrado a algo, pero de una forma significativa y no tanto simbólica. Este enfoque será global, pero teniendo en cuenta algunos presupuestos de la espiritualidad ignaciana.
Se desea proponer la tesis de que la pertenencia, que tiene que ver con la cohesión, vinculación y el compromiso de unos con otros (y para los demás), debe ser significativa en las vidas de los religiosos y la vida de tantas personas que viven hoy dentro de un carisma determinado.
Ya en el segundo discurso de despedida que presenta el Evangelio de Juan, Jesús acerca a un vocablo clave en el contexto que del que se ocupa este escrito. Este es permanecer (estar vinculado). “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes” (Jn 15, 3-5). El verdadero discípulo debe permanecer en la palabra de Jesús o en Jesús en cuanto Palabra. Para expresar esta relación vital entre Jesús y sus discípulos, se utiliza la metáfora-alegoría de la vid y los sarmientos. El punto de partida es el árbol, en general, símbolo de lo viviente.
San Pablo, por su parte, en la Primera carta a los Corintios (12, 12- 20; 22-27) y en la Carta que escribe a la comunidad de Roma (12, 4-6) utiliza la imagen del cuerpo: diversidad de miembros, pero un solo cuerpo. Pablo ve la conveniencia del pluralismo carismático en las comunidades. No basta que los miembros sean varios; se precisa que sean variados, que sean distintos. Miembros, por lo demás, que se necesitan entre sí y se preocupan los unos de los otros. Todos con capacidades diferentes, según el don que todos han recibido de Dios. | |