El autor intenta reflexionar sobre la corrupción desde la perspectiva de la justicia que brota de la fe cristiana. El autor nos dice: “La práctica de la corrupción es una forma de expresión de la injusticia infligida a los ciudadanos por aquellos que la realizan y afecta de manera particular a los más vulnerables por su situación de pobreza y de exclusión social. La praxis de la justicia es necesaria para erradicar la corrupción: los ciudadanos deben emplear las instancias judiciales y fortalecer su participación activa en la sociedad civil para lograr dicho fin. Desde la fe cristiana podemos decir que la justicia implica superar la idolatría de la riqueza y el poder que se constituye en una fuente de la corrupción. La fe nos hace justos y también nos salva históricamente del mal de la injusticia y de la corrupción, situándonos en el camino de la salvación escatológica y definitiva".