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Una tarea esencial. En el más reciente mensaje del Papa Juan Pablo Segundo para la XXXV Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, "Proclamar desde los terrados: el Evangelio en la Era de la Comunicación Global", el Papa recuerda una tarea esencial que tienen que desarrollar los comunicadores cristianos: su vocación profética, es decir, clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo.
La referencia que hace el Papa a la vocación profética es necesaria y oportuna, si tomamos en cuenta que hoy día la mayoría de comunicadores y de medios de comunicación cristianos de las distintas denominaciones, parecen no tomar muy en serio esa tarea creyendo que es algo que ya no tiene vigencia porque, se supone, la realidad ha cambiado o porque no la consideran esencial a su misión evangelizadora.
En efecto, si uno explora la variedad de programas, con contenidos cristianos, que existen tanto en la radio como en la televisión, constata que prevalecen las predicaciones confesionales, las oraciones y devociones, las apariciones y curaciones milagrosas, los llamados a la conversión moralista e individualista, los himnos y alabanzas celestiales. La lista puede seguir, y en ella no aparece por ningún lado la vocación profética. No vamos a ahondar ahora en las razones que han llevado a la merma de esta vocación. Queremos únicamente recordar los contenidos de esta dimensión profética y la necesidad de que tanto comunicadores como medios cristianos encuentren en ellos una fuente que inspira y potencia su quehacer comunicativo.
La vocación profética. El profeta no se dedica a predicar por propia iniciativa, ni por aliciente personal. Lo hace por encargo expreso de Dios y ocurre en un momento fundamental de su vida, que es la vocación. En los relatos de la vocación aparecen con frecuencia una serie de elementos que se repiten: el encuentro con Dios; la orden de Dios de ir a predicar; la objeción del profeta, que se resiste a veces; las palabras de ánimo por parte de Dios. La vocación profética y la actividad posterior introducen en estos hombres dos grandes cambios: hacia dentro, la alteración, y hacia afuera, el escándalo. Hacia dentro, todo se vuelve distinto: la vocación afecta a su trabajo ordinario, a su vida familiar, incluso a su modo de ser más profundo. Hacia fuera, el profeta provoca escándalo. La gente no lo acepta, rechazan su palabra, lo critican e insultan, lo expulsan, encarcelan o matan.