Hace casi dos décadas de que los ambientes eclesiásticos se vieron invadidos por un nuevo personaje: la mujer teóloga. Entrando en un terreno hasta entonces casi solamente ocupado por varones, esta atrevida mujer comenzó a buscar las universidades eclesiásticas o los cursos de teología, obtuvo niveles académicos, ocupando los espacios de enseñanza y de investigación en teología y hoy se destaca en el escenario eclesiástico como alguien sin el cual sería imposible pensar en la propia reflexión sobre el hecho revelado.
Dentro de los límites de este artículo buscaremos reflexionar sobre la identidad de esta nueva protagonista de final de siglo. Primero, veremos cómo el hecho de su surgimiento, —no sólo al nivel eclesiástico, sino también a nivel de la sociedad y del mundo— es algo revolucionario y renovador, que cambia el panorama ante los ojos de todos los que somos habitantes de este planeta en este momento de la historia.
Enseguida, buscaremos recuperar la trayectoria de esta mujer dentro de la iglesia, sus luchas por el derecho a la palabra, al espacio al reconocimiento y su actual lugar dentro de este mundo hasta entonces predominantemente masculino. Trataremos de percibir a qué lugares de la teología ha sido atraída su atención y cuál ha sido su contribución específica a esta «ciencia del misterio» dentro de la cual encontró, después de muchas luchas, plena ciudadanía.
A continuación, buscaremos examinar cuáles desafíos prepara para esta mujer el próximo milenio en términos de reflexión y comportamiento eclesiástico. Y cómo su manera de enfrentar y asumir estos desafíos puede ser importante y fundamental para lo que será la faz de la iglesia en las próximas décadas.
Finalmente, como conclusión, desarrollaremos una reflexión que es más un deseo que otra cosa, en términos de que varones y mujeres están hoy llamados a buscar juntos un nuevo modo de convivencia eclesiástica, que ciertamente redundará en un nuevo y fecundo modo de hacer teología y que podrá ser el modelo que se impondrá en los albores del siglo XXI para el pueblo de Dios que camina bajo el impulso del Espíritu.
A lo largo de esta reflexión, nos guiará la convicción profunda de que la teología no es una profesión o una carrera (aun cuando existan aspectos concretos de la vida de un teólogo que presentan contornos que pueden ser llamados y entendidos como «profesionales»); pero deseamos entender a esta teología como «vocación y ministerio», o sea, un llamado de Dios al cual se responde con libertad y se actualiza en el servicio efectivo al pueblo que Dios ama.