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“Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Pares por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” comienza diciéndonos la Carta a los Hebreos. El Dios en el que creemos las cristianas y cristianos es un Dios que se comunica y cuya comunicación es discernible. Es un Dios que tiene palabra, que es palabra.
Así las cristianas y cristianos confesamos a Jesucristo como La Palabra de Dios. Él es la Palabra de Dios por antonomasia, la Palabra hecha carne.
Como palabra de Dios, con todo, también reconocemos el testimonio creyente de las primeras comunidades cristianas en Jesús como el Cristo, como la Palabra de Dios. Dicho testimonio ha sido recogido en el Nuevo Testamento desde el cual se interpreta el Antiguo y junto al cual conforma la Biblia.
Palabra de Dios también es la proclamación actual de Jesús como el Cristo: se trata de la predicación cristiana.
Finalmente, palabra de Dios es también aquélla que Dios pronuncia en la vida de cada persona, aquella con la cual la llama. Es la vocación.
Vocación en este sentido es algo que tenemos todas las personas aunque no todas seamos conscientes de ella. Y es que a menos que la llamada sea sin dudar ni poder dudar, la vocación es siempre algo que hay que discernir.
Llevadas(os) de la mano por la llamada de los apóstoles en el Evangelio de Marcos nos vamos a aproximar a algunas características y elementos esenciales de la vocación.
Jesús, nos dice Marcos, “Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios”